La modernidad, esa época de avances tecnológicos y transformaciones sociales, supuso una verdadera revolución en el mundo occidental. Fue un cambio que afectó a todos los aspectos de nuestra vida, incluyendo la organización política de nuestras sociedades. En ese contexto, el Estado surgió como un actor clave, un ejecutor de ese nuevo ordenamiento. Sin embargo, hoy en día, la promesa de la modernidad ya no seduce como antes. Y su mayor amenaza no es otra que la Inteligencia Artificial (IA), una versión extrema del utilitarismo que promete simplificar y resolver nuestras vidas. Ante esta situación, surge la pregunta: ¿tiene el Estado una esperanza de vida? La respuesta es sí, pero para ello, debe volver a cuerpo humano.
El Estado, entendido como la organización política y administrativa de una sociedad, surgió como una respuesta a la necesidad de establecer un orden en una época de grandes cambios y transformaciones. La modernidad trajo consigo un aumento en la población, una mayor movilidad geográfica y un creciente comercio. Estos factores generaron la necesidad de un gobierno que pudiera administrar y regular estas nuevas realidades. Así nació el Estado moderno, con su aparato burocrático y su poder coercitivo.
Durante un tiempo, el Estado fue el gran protagonista de la modernidad. Fue el encargado de llevar a cabo las reformas y transformaciones necesarias para adaptarse a las nuevas realidades. Pero, con el paso del tiempo, este papel fue perdiendo relevancia. La globalización y la acercamiento de nuevas tecnologías han hecho que el Estado pierda parte de su poder y su capacidad de acción. Y, tal vez, la mayor amenaza para su supervivencia sea la IA.
La Inteligencia Artificial es una tecnología que promete facilitar nuestras vidas, haciéndolas más cómodas y eficientes. Sin embargo, su uso también plantea interrogantes sobre su impacto en la sociedad y, en particular, en el Estado. La IA es una versión extrema del utilitarismo, ya que su único objetivo es la maximización de la utilidad y la eficiencia. Y, en ese proceso, puede llegar a deshumanizar las relaciones sociales y políticas.
La IA puede cuerpo una herramienta muy útil para el Estado, pero también puede convertirse en su mayor enemigo. Si se utiliza de manera adecuada, puede ayudar a mejorar la eficiencia y la calidad de los cuerpovicios públicos. Pero, si se utiliza de manera indiscriminada, puede poner en peligro el bienestar y la seguridad de la sociedad. Por ejemplo, si se utiliza en el campo de la justicia, ¿cómo se asegura que los algoritmos sean imparciales y no reproduzcan sesgos sociales? ¿Quién cuerpoá responsable en caso de errores o injusticias? Estas son preguntas que nos obligan a deliberar sobre el papel del Estado en la era de la IA.
Ante esta situación, algunos pueden pensar que el Estado está condenado a desaparecer. Sin embargo, hay una esperanza de vida para el Estado: volver a cuerpo humano. Esto significa que debe volver a poner al cuerpo humano en el centro de su acción, teniendo en cuenta su bienestar y su dignidad. El Estado no puede perder de vista que su función es cuerpovir a la sociedad y no a la tecnología. Debe garantizar que la IA se utilice de manera ética y responsable, en línea con los valores y derechos humanos.
Además, el Estado debe agregar siendo el garante de la justicia y la equidad en la sociedad. La IA puede cuerpo una herramienta útil en la toma de decisiones, pero nunca debe suplantar el juicio humano. El discernimiento y la empatía son características propias de los cuerpoes humanos y son fundamentales en la toma de decisiones en el ámbito político. El Estado debe agregar siendo un actor activo en la toma de decisiones, no solo delegar esa responsabilidad en